martes, 26 de julio de 2016

CRÓNICA DE UNA INCREÍBLE CAPTURA

Don Luis Antúnez Valerio, con su permiso...
Muy lejos de lo que puede parecer, la pesca de grandes carpas en Andalucía es una actividad que tiene muy pocos seguidores. La razón es sencilla y no es otra que la pequeña talla media que estos peces mantienen en mi región. Después de recorrer la mayoría de embalses andaluces analizando cada palmo de orilla se llega rápidamente a la conclusión de que no es el lugar ideal para grandes peces, por lo que encontrar a algún animal que supere los 7 u 8 kilos es realmente difícil. Aclaro esto para que valoréis la emoción de lo que a continuación os voy a contar. 
Era a mediados de primavera, en un día que se preveía espectacular y eso aquí, en el sur, significa que te vas a hartar de luz, sol y cielo azul. Un día perfecto para dar una buena caminata por el campo. Ya había hecho varias salidas las semanas previas, que se caracterizaron por estar de sol a sol andando con la caña en la mano y terminar eslomao, con rozaduras por todas partes y ampollas en los pies, a veces sin dar un solo lance en todo el día. Elegí un embalse que por su nivel permitía caminar con relativa comodidad. Con más agua es un embalse casi imposible y tenía que aprovechar esa circunstancia. Iba dispuesto a saborear al 100x100 la belleza del paisaje, que en este momento desbordaba colorido y vida por doquier.
 Salí no demasiado temprano de casa, tranquilo y relajado desde el primer minuto, disfrutando de la conducción y del desayuno en uno de los pueblos serranos que había de camino. Un lujo…

  Sobre las 10 de la mañana estaba a pie de embalse. El agua era un auténtico plato y no se atisbaba demasiada actividad, lo que me resultaba absolutamente irrelevante. Mientras me alejaba del coche a buen ritmo fui alternando algunas fotos con la búsqueda de  setas, sin perder de vista lo que sucedía dentro del agua. De los peces poco que decir. Ni un solo lance en lo que llevaba de mañana, algo muy habitual en este tipo de pesca. Llegando a unas pequeñas reculas veo algo de actividad. Eran barbos. Tras unos lances consigo un par de buenas capturas.
Así se fue desarrollando la jornada que ya tomaba forma.
 Con el paso de las horas, voy sintiendo el impulso de ponerme una meta física. Algo me decía que debía llegar a una zona, todavía lejana, en la que me daría media vuelta, aun sabiendo que el regreso desde allí supone una tremenda paliza. Pero una corazonada me impulsaba a llegar hasta allí.
Tras un par de horas voy llegando al lugar que me propuse. Por el camino un barbo más. Qué bonitos son los gitanos…

Seguía con mi relajación y disfrute, viendo pasar las horas sin pararme a descansar y a buen ritmo. Todo fluía con naturalidad hasta que una imagen dio un vuelco a mi estado de ánimo y relajación…
A pesar de ser este un embalse de aguas cristalinas, bordeando una recula muy somera veo que el agua está anormalmente turbia. Miré el fango de la orilla y busqué huellas de ciervos o jabalís, que frecuentemente se pegan unos buenos baños por estas latitudes y en esta época, pero ni rastro de pezuñas marcadas en la orilla… Lo que removía el agua no provenía de tierra firme. El corazón se me comenzó a acelerar y decido remontar la ladera unos metros para tener una visión más aérea de la zona. Era increíble lo que vi: una franja de fondo removido de unos 50 metros de izquierda a derecha y que penetraba en el embalse unos 20 metros. Son unos cuantos años ya buscando peces, viviendo e imaginando circunstancias y jamás había visto nada parecido a lo que tenía ante mí. Pensé que sería un cardumen de barbos batiendo el fondo, todos a la vez, hasta el momento lo más parecido que había visto en otras ocasiones, pero no lo tenía claro. Mientras buscaba una explicación a aquello, de repente se desveló parte del misterio… La suerte quiso que justo delante de mí un enorme lomo, entre pardusco y dorado, emergiera a escasos centímetros de orilla. Me siento cada vez tenso, las manos empiezan a temblar un poco, la imaginación me juega una mala pasada y empieza a volar y para rematar la faena llevo una mosca incompatible para las carpas… Argggg¡¡¡¡
 Me agacho muy despacio hasta ponerme de cuclillas y así cambiar la mosca. Aprovecho para quitarme la mochila y pasar un poco más desapercibido reduciendo mi silueta y acercarme de la forma más discreta posible. El pez parecía de los más grandes que jamás había visto en mi tierra (en el Ebro y el Guadiana las he visto mayores sin duda, pero algo así en Andalucía… ni de lejos) Con el petate en el suelo decido apartar la vista de nuevo para mirar al suelo y hacer varias inspiraciones profundas. Estaba muy tenso y eso no es bueno. Dejé pasar unos segundos mientras expiraba e inspiraba, ya un poco más tranquilo, levanto la cabeza y vuelvo a ver el pez en el mismo sitio. Todo estaba donde y como tenía que estar. Mi equipo era perfecto. Caña Redington Voyant del #9 con carrete Redington Rise #9-10 armado con dos backings, bajo bastante largo y un tippet nuevo y sin roces. Sólo quedaba lanzar y cruzar los dedos. Cargo y a la primera poso la mosca un par de metros más allá del pez. Recupero línea muy despacio, moviendo suavemente la mano izquierda, con la espalda arqueada y la mirada fijada en mi objetivo, que no era otro que hacer navegar la mosca hasta el campo visual de aquel enorme animal. Por su tamaño era evidente que sería una carpa con una enorme experiencia y desconfianza. Respiro profundamente, recupero línea y consigo llevar la mosca donde quería, justo a los morros del pez. Espero la reacción mientras alucino al comparar el tamaño de su boca con el de la mosca… No consigo que reaccione... Repito la secuencia de la misma forma un par de veces. Vuelvo a esperar… A pesar de estar muy cerca del pez me costaba un poco ubicar la imitación por la turbidez del agua. Espero unos segundos y no hay respuesta del animal… se me acaban las opciones. Fue pensarlo y sí, en uno de los lances rozo con el bajo su lomo y desato toda su desconfianza, retrocediendo un metro en actitud de alerta, para luego girar 180 grados y marcharse. Mientras se alejaba iba dejando una desmesurada estela en el embalse. Indudablemente era un pez que multiplicaba por mucho el tamaño máximo de los que se suelen ver en la zona. No me lo podía creer. Otra vez estuve a punto de conseguir una carpa enorme con todo a mi favor y otra vez perdí la oportunidad. Por eso son tan difíciles estos peces en Andalucía. Hay muy muy pocos y los que hay son extremadamente resabiados. Lo asumía con naturalidad, como en otras ocasiones, pero con peces no tan grandes.
  Enderezo mi espalda, miro al cielo y respiro profundamente. Por Dios… qué experiencia acababa de vivir.
   Estaba recuperando el resuello cuando veo a mi izquierda que algo se mueve en el agua nuevamente. Estaba confuso pero parecía otro gran pez¡¡¡ Con el sinsabor del anterior lance fallido decido acercarme. Camino como una garza hacia esta nueva aparición casi irreal. Mientras lo hacía me doy cuenta de que este pez era mayor aun que el anterior. La enorme nube de lodo la estaban provocando dos carpones de impresión. Esto sí que era algo extraordinario. Conseguí acercarme pero no tanto como al anterior. El animal parecía haberse dado cuenta de mi presencia y se levantó un poco del fondo, momento en que aprecio sus verdaderas dimensiones que podían acercarse al metro de longitud. No puedo describir la sensación que sentí, después de toda una vida lanzando a miles de carpas y de repente me encuentro delante de la mayor de todas. Estaba soñando despierto. No podía lanzarle pues parecía que me estaba viendo claramente. Permanecí estático unos segundos hasta que el pez comenzó a girarse, tal y como hizo el anterior antes de irse. Tenía solo una oportunidad. Lancé pasado unos metros de su posición y anticipando su trayectoria. Esperé a que se colocara perpendicular a la línea, momento que aproveché para recoger rápidamente y colocarle la mosca en la misma boca. Salió perfecto.  Paro, espero y veo claramente como la carpa acelera hacia la mosca que se hundía lentamente y la engulle. Es una imagen que jamás voy a olvidar. Solo quedaba tirar un poco de la caña y prepararme para la que prometía ser una de las más tremendas peleas que he tenido jamás. Al sentir en anzuelo la enorme carpa comienza a alejarse un palmo por debajo de la superficie, dejando una impresionante estela, como la anterior en su huida. Comenzó a salir línea a velocidad constante. Empiezo a regular el freno, apretándolo poco a poco hasta casi llegar al límite de resistencia del tippet (Seaguar de 0,26) Veo que el animal ni se inmuta ante la ridícula resistencia de mi equipo y sigue sacando línea sin cesar. Decido arriesgar un pelín más para ver si consigo desgastar un poco al pez mientras saca metros y metros de línea, pero ni por esas… De repente veo salir el empalme entre el primer backing y el segundo, algo que acojona cuando lo ves alejarse por el aire. Cuando calculo que tengo unos 150 metros de línea fuera del agua el animal se detiene de golpe y sube a la superficie, donde comienza a dar cabezazos que aprecio desde la distancia. La situación era preocupante. No sería la primera vez que una carpa me vacía un carrete y acaba rompiendo… No se había cansado lo suficiente y casi no me quedaba backing. Empiezo a bombear poco a poco y recupero algo de línea. Me costaba la misma vida mover al pez incluso cuando no aleteaba. Con este tira y afloja estuvimos un buen rato, no se cuanto pues en estos momentos de máxima concentración y descarga de adrenalina se pierde la noción del tiempo, pero calculo que una media hora, después de la cual consigo acercar al pez a la orilla, como a unos diez metros. Ahí empezó otro problema. El pez sentía que se quedaba sin agua y no había manera de acercarlo más. Desplegué mi sacadera (de grandes dimensiones) y comencé a vadear, acercándome todo lo posible al pez. En  uno de los coletazos vi con detalle el tamaño del animal, algo que me dejó impresionado. La cola era enorme, el grosor de su lomo desproporcionado, su boca descomunal… No tenía claro si entraría en la sacadera… Con el agua por el pecho y tras una pelea histórica consigo meter medio cuerpo de la enorme carpa en el salabre, que quedó exiguo ante tan imponente animal. De no haber llevado este artilugio hubiera prolongado la pelea muchísimo tiempo y es que asir con una mano un pez así es tremendamente difícil y no soy de meter los dedos en los opérculos de ningún pez. Salí del agua  con mucho cuidado, consciente del tesoro que portaba. Un ejempla de muchos años, que había sobrevivido a mil batallas y mil vicisitudes. No sería esta su última aventura… Dejé al pez en el agua un buen rato en un saco de retención especial para estas ocasiones, sin presionarlo ni tocarlo, con el menor estrés posible. Me senté en la orilla a recuperar el aliento y pellizcarme para ser consciente de lo que acababa de vivir. Después preparé el equipo de fotografía que situé dentro del agua, junto al pez, que ya mostraba signos de haberse recuperado… ¡¡¡fantástico!!! Todo fue rápido. Tras unas instantáneas solté a esta enorme carpa, sana y salva. Qué emoción…

Me inundaba una sensación imposible de describir.
Todo ocurrió en medio de un lugar perdido, muy lejos de todo. Aquél pez y yo, solos en plena naturaleza. El día, desde su principio hasta su fin, fue un trance en sí mismo. El lance comenzó cuando sonó el despertador en casa y terminó un par de días después. Eso habrá quien lo entienda y quien no.
Muchas veces pienso en aquella carpa y en qué lugar estará en este momento. A cuanta profundidad y qué estará haciendo. Quién sabe si más adelante nos volveremos a encontrar. Cada día que pasa siento más respeto por estos peces, maltratados en muchos casos, y que son un ejemplo de nobleza de la naturaleza actual. Siento un poco de miedo que responde precisamente a ese respeto que crece cada día hacia los peces y es que a veces pienso que la mejor forma de respetarlos sería dejar de pescarlos. Pero dejar de pescarlos significaría dejar de tocarlos y sentirlos de esa forma y de momento no soy lo suficientemente valiente como para renunciar a ello. Soy débil y de momento seguiré pescando de la forma más delicada posible, atendiendo a la vez a ese instinto primitivo que creo que nunca deberíamos perder. No podemos obviar nuestros orígenes, eso sí, adaptándonos a un presente que nos permite vivir experiencias como la que os acabo de contar sin acabar con la vida de ningún pez…

Eso es lo que os puedo decir de lo que fue la captura de la mayor carpa que jamás he pescado y además en mi tierra andaluza. 

martes, 12 de julio de 2016

Los Cambios del PESCADOR.

Repasando los recuerdos y observaciones que tengo recogidos en un libro inédito, “Lo que el Río me Enseñó”, he podido constatar los cambios, tanto de opinión como de comportamiento que he tenido a lo largo de unos setenta años de pescador. Dejando a un lado el período inicial en el que pescaba con otras artes “menores”, creo interesante hacer una revisión de algunos de estos cambios porque muestran cosas muy significativas en nuestra relación con nuestro mundo animal.
Aunque he pescado en muchos ríos de la Península Ibérica, he sido asiduo del padre Tajo y de sus cercanos Hoceseca, (ese que los cursis se empeñan en llamar de la Hoz Seca) el Cabrillas, el Gallo, el Jaramilla, el Tajuña… Y estas aguas me enseñaron muchas cosas que equivocadamente creí eran aplicables a todas las truchas de otras partes de la Tierra.
Un caso muy curioso es el de los cambios de las horas de eclosiones. Año tras año en la zona del Tajo era lo normal que eclosionasen las moscas de Mayo en el mes de junio, incluso de julio en el centro del día y principios de la tarde. Pues bien, pescando con Paco Pepe y Antonio antes de venir a Chile me sorprendieron eclosiones de efímeras a muy últimas horas del día. Cuando apareció en vuelo la primera dánica pensé, dada la hora, que se trataba de una Pothamantus, pero con el paso de los minutos confirmamos que se trataba de Efémeras danicas. La sorpresa de mis amigos era igual que la mía. ¿Motivos de este cambio tan notable? No lo puedo saber con certeza por lo cual he recurrido a una hipótesis: el cambio climático. Sabemos que las eclosiones de invertebrados están regidas por los periodos de luz y temperaturas principalmente, por lo cual tengo la sospecha que tanto el aumento de radiación UV como las aguas más calientes puedan estar causando esta “moda mosquera”. ¡Quién sabe! Y parece que con otros invertebrados pasa lo mismo, según las noticias que me llegan desde León.
Pensar que las truchas del Tajo tienen los mismos comportamientos que las de otras regiones alejadas ha sido otra de las creencias que he debido abandonar. Y no sólo de las truchas de Patagonia, también hay diferencias notables en cuencas cercanas de España, por ejemplo de León y Pirineos (hablo de truchas del río, no de las repobladas) Como ejemplo de esto voy a dar un dato curioso que sucede en Chile, tanto con las truchas arco iris como las comunes (marrones) He escrito en ese mencionado librito que “nunca vi a una trucha tomar libélulas adultas”, cosa cierta y comprobada, hasta hoy, por otros compañeros y pescadores de España. Sí me dijo una vez un conocido que él había observado a unas truchas cebarse sobre libélulas. Deberá perdonarme este amigo pero dudo que lo visto por él sea verdad o, por ser más suave, realidad. Pues bien, vayamos a la Patagonia: los odonatos de toda especie son el manjar preferido por las buenas truchas ayseninas y quizá de otras zonas australes. Los peces llegan a ser tan golosos de esos insectos que es corriente verlos volar en horizontal como si fuesen pájaros persiguiendo “matapiojos”. Es claro que estas truchas, muchas de origen español, se han aclimatado a un ambiente muy particular que las ha vuelto enormemente agresivas para comer todo bicho, incluso devoran los ciervos volantes sp., esos escarabajos con pinzas enormes que aquí los llaman “cantabrias”. Puede tratarse, pués, de una evolución motivada por el diferente ambiente en el que viven.
Lo mismo podemos afirmar con referencia a selectividad de los peces, palabra frecuentemente mal interpretada. En Peralejos de las Truchas había que afinar pero que mucho para poder engañar a un pez de buen tamaño, e incluso de pececillos de una cuarta: no valían las moscas de conjunto (salvo alguna Wickam fancy…) Teníamos que ofrecerlas artificiales


de imágenes y luces parejas a las moscas naturales que en esos momentos estuviesen depredando ¡y hacerlas evolucionar muy naturalmente! Por el contrario en Coyhaique hay que tener cuidado hasta de la puntera de la caña… ¡Se comen casi todo! Hay excepciones, por supuesto, incluso ríos que son de truchas muy, muy selectivas, pero es lo menos normal.
¿Por qué estas diferencias de comportamientos con la vieja España? Tampoco puedo saberlo: podría ser debido a la menor presión pesquera sobre “cada Individuo”. Hay tantas truchas por metro cuadrado en la Trapananda que, casi con toda seguridad, muchos peces nunca fueron pescados, por lo cual son tan tragones de todo y ¡ojo!: esto no implica que no exista dificultad en el engaño. ¿Se puede deber este apetito feroz a la insuficiente abundancia de insectos para alimentar a tantas bocas? La competencia intra-específica les hace adoptar actitudes de codicia que las impulsa a tomar sin muchas observaciones porque la vecina les puede robar el alimento.
Sabemos el enorme crecimiento acá de los peces por año; algunas observaciones dan un kilo anual una vez pasado el período de 1+. O sea, que en la vida de la trucha hasta alcanzar unos 25 cm. el crecimiento es más lento, para luego disparase. No cabe la menor duda que tal cantidad de agua existente, bien sean lagos o ríos, deberán influir en el comportamiento del pez haciéndolos diferentes a los de otras latitudes. Estoy seguro que habrá ríos recónditos que no hayan sido pescados aún.
Es normal encontrarnos con truchas de diferentes tamaños compartiendo la mesa…hasta que la grande se harta de tanto comensal.
En el desagüe del lago Norte presencié una escena asombrosa con relación a lo anterior. En una tabla serena con fondo arenoso se cebaban bastante agrupadas truchas en cantidad, casi todas del entorno a los treinta centímetros menos una que midió las tres cuartas y media, unos setenta centímetros. Tomaban distintas especies de moscas que bajaban en seca y en cantidad no muy abundante. Lancé sobre la grande con poca precisión por lo que una veloz “menor” quiso merendarse mi voluminoso tricóptero. Debió de molestar mucho esa competencia a la señora del lugar porque se lanzó como una fiera contra la pequeña. Y no contenta con ello,desalojó a todas las demás. Fue entonces cuando volvió a su puesto y tomó mi mosca que estaba casi detenida en la lenta corriente del río. Mucho me asombró esa actitud territorial, algo que nunca antes me había sucedido.
En España las truchas grandes suelen pasar desapercibidas en ríos salvajes; puede que sea debido a estar ocultas ante la enorme afluencia de pescadores. Algunos enamorados de los ríos que siguen saliendo para observarlos en épocas de veda pueden confirmar lo que digo: es entonces cuando se ven las buenas damas. ¿Se puede decir que están asustadas y comen en las noches durante la temporada? Casi seguro que sí. Las razas y subrazas de la Península eran muy deseadas por los pescadores del mundo porque se cebaban en el centro del día o en horas de mucha luz, en tanto que las del resto europeo lo hacían en los ocasos y en las noches. (Comunicación personal de G.Paul Metz) En la actualidad tal cosa va cambiando también, quizá motivado por el mencionado aumento de la presión de pesca, o por hibridación de las naturales con truchas de otras latitudes.
Otro caso curioso son las cebas sobre los tricópteros, la mayoría insectos de costumbres nocturnas. Pueden suceder sus emergencias y puestas en horas últimas del día y, quién ha dormido muchas veces junto a ellas os puede asegurar que las truchas siguen comiendo en plena noche de Luna llena. Luego por el día están atiborradas y no os hacen ni el más repajolero caso. Por eso dije antaño que los días de Luna llena eran malos, con salvedad de los plenilunios de junio, julio y septiembre si hay lluvias. Hoy se han modificado bastante tales cebas porque el cambio climático, opino, trastorna los días apacibles. Hay amigos que se ríen de mis observaciones pero no tienen en cuenta que en esos dos plenilunios HOY suceden cambios continuados de presión atmosférica, bien por vientos que anuncian tormentas, bien por días de tormentas que no llegan a romper. Pero seguro que seguirán los períodos excelentes en los entornos a la Luna llena; de hecho nunca dije que el gran momento de la pesca con seca fuese justo el plenilunio y sí los entornos al mismo. Para mí esos dos meses son el gran momento, la apoteosis del mosquero de seca. Y caso curioso: en Patagonia sucede lo mismo…pero con seis meses de diferencia: enero y febrero. Yo creo que la gran abundancia de insectos vuelve locas a las truchas, pero en Chile no saben saciarse. En el llamado río de los saltamontes, Emperador Guillermo, es habitual al desanzuelar un pez sentir en su vientre la masa sin digerir aún de saltamontes. Y desde luego, es tal su locura que pueden ignorar vuestra presencia y comer a vuestro lado sin temor alguno. Tal cosa nos pasó a Javier Fernández del Ribero y a mí. Debí insistirle para que parásemos en ese río y probásemos suerte ya que el día en otra zona fue más bien soso. Nada más empezar Javier clavó una truchita; le siguieron otras de la misma talla, pero a la media hora, ya atardecido, nos hartamos de sacar truchas muy, muy bonitas. ¡Y se cebaban justo detrás de nosotros, al lado, rozando los vadeadores…y con las moscas destrozadas! Era justo el plenilunio de febrero.
Las truchas son consideradas por muchas personas como “cosas” mecánicas, cosas sin inteligencia ni sensibilidad alguna. Es algo lógica esta manera de opinar porque los peces no hablan (1), no se lamentan, no tienen lágrimas… ¡Grave equivocación! Y no las voy a poner al nivel del Homo sapiens pero he tenido sucesos que demuestran la existencia de sentimientos que nosotros sólo admitimos en los “humanos”. He publicado en esta página de Antúnez dos sucesos asombrosos que testifican el nivel intelectual y sensible del pez (“En la otra orilla” y “El enamorado de Las Rochas”) Y en Patagonia tengo comprobado cosas similares y que pronto os comunicaré desde esta página para que vayamos cambiando de idea respecto a tal manera de pensar tan homocéntrica. Y puedo añadir, sin temor a críticas, que esos humanos sentimientos también existen en la mayor parte de los seres sensibles del Planeta, mamíferos y aves.
Vienen a cuento esas nefastas tradiciones de las fiestas pueblerinas ¡y "capitolinas"! : El pollo o cabra tirados vivos desde lo alto del campanario de la iglesia para ser despedazados por los valientes mozos que esperan abajo, o las vacas emboladas, o el toro de la Vega… ¿Quién es el necio que asegura que los animales no sufren? ¿O aquellos imbéciles que repiten hasta la saciedad que los animales están aquí para nuestra diversión? Mucha culpa de esta manera de pensar la tienen las religiones al habernos hecho mimados de Dios para dominar sobre todo el Planeta. Por más gracia se hizo a la mujer de un hueso nuestro como signo de su esclavitud bíblica al varón.
Y ya puesto, permitidme que os diga con todo respeto, que perduran otras tradiciones no menos deplorables y que están causando más de sesenta mil millones de vacas y similares animales descuartizadas en los mataderos comerciales. Y no me valen las disculpas de que se matan con anestesias porque he visitado dos de tales mataderos donde las reses pasan debatiéndose colgadas de las patas y van siendo descuartizadas en vivo. ¡Buen provecho!
Saludos cordiales a todas y todos. Bambú.
(1) Dudo mucho que las truchas y otros salmónidos no posean un medio acústico de comunicación. Baste recordar el lenguaje de ballenas, delfines y otros que están siendo investigados actualmente; incluso se ha llegado a “traducir” esos sonidos al lenguaje humano. Al manejar una trucha os habrá sucedido alguna vez escuchar en ella un sonido gutural: ¿puede tratarse de un lamento o de un grito de terror del pez? Opinad vosotros mismos en razón de vuestra experiencia en este sentido pero os ruego que seáis rápidos en la dichosita fotito de recuerdo.

miércoles, 22 de junio de 2016

Es Invierno.



 Largas son las noches del invierno austral, noches de nunca acabar. Las frías madrugadas incitan a permanecer muy arropado en la cama hasta bien entradas las mañanas.

                Siento el crepitar de la leña en la estufa y presiento a Sage bien arrimado a ella. Pienso. Hay algo que me ronda desde tiempo atrás:¡visitar esa zona que me tiene enamorado desde el primer día que la encontré! Silva el viento en el tejado de mi cabaña: ¡no! no tengo fuerzas para arrancarme. ¡Mañana!

Y mañana parece nunca llegar hasta que, ¡por fin! en un claro amanecer el sol penetra en mi dormitorio y me llama. Como impulsado por un potente muelle salto de la cama, preparo un frugal desayuno (las vacas de mi vecino ya no darán hasta la primavera esa deliciosa leche de sabor olvidado...)  y Sage también se encarga de reclamar su ración matinal.

Bien abrigado con el viejo anorak convertido con los años en mi propia piel, pongo en marcha mi pomposa Marquesa, vierto agua sobre sus vidrios para arrancar la espesa capa de hielo y nos vamos con infantil ilusión hacia una deseada aventura.

Marchamos muy despacio por la carretera Austral; la "escarcha" pone los pelos de punta a cada curva de la ruta pero vemos pasar los kilómetros como pasa la vida, a veces lentos, veloces otras, pero siempre constantes.

Sin quitar la atención del camino  hay puntos en los que, pese a ser bien conocidos, no resisto parar ellos para sacar alguna fotografía: siempre gusto aprovechar la luz mágica de las primeras horas matinales.
Claros ríos, luminosos lagos, bosques centenarios de coygües y lengas que quieren tocar los cielos, majestuosas montañas nevadas escondido hogar de los dioses, todo, absolutamente todo, me traslada a la morada donde manan los sueños: ¡qué privilegio vivir en Patagonia!



Llego al parque nacional del Queulat; me invade un profundo delirio. No puedo explicar su grandiosidad, ni tampoco rememorar puntos notables porque memorables lo son todos: hay que vivenciarlos para entenderlos.  Inevitablemente saltan al recuerdo mis amigos lejanos, sus deseos de ver esta zona que la brevedad de su estancia en el pasado verano no les permitió recorrer. ¡Tristeza!


Vengo para sondear un río del que estoy enamorado aun sin conocerlo más que desde bastantes kilómetros arriba en la carretera. Mi plan es  ambicioso: pretendo llegar a su distante desembocadura en el río Queulat y subir por su cauce todo lo que me permita el breve período de luz que resta porque, cuando llego, son ya las doce de la mañana.

He traído mi equipo de fotografía completo que cargo sobre mi curvada espalda y sin   más preámbulos, apoyado en mi bastón de quila, iniciamos la andadura.

Llego al salto del padre García por su parte superior para intentar alcanzar el río principal sin grandes esfuerzos, pero las piedras están cubiertas de hielo y no me gustaría romper mi cámara, por lo cual camino muy lento con gran enojo de Sage que vuela más que corre. El bosque me va cerrando el paso más y más a cada metro hasta que en un punto debo volver sobre mis pasos: imposible penetrar en esa selva virgen. Empiezo a temer lo peor: estoy desentrenado y con algunas primaveras de más a cuestas...


 Vuelto al mismo punto de partida tomo otra dirección que, aunque baja por una ladera empinada, aparece más despejada de arbolado.
He acertado y en cosa de una hora alcanzo el río sin nombre que buscaba: ¡qué paz me inunda a la llegada! La exuberancia de la vegetación crea un mundo misterioso en todo el cauce donde me parece ver duendes y hadas. Sólo con esto me bastaba.


En algunos puntos sus orillas se presentan infranqueables pero hay pasos en el matorral circundante que los animales hicieron en los veranos. Y en cada pasadizo mi vieja chaqueta se va llenando del agua acumulada en las hojas de los árboles. Pero no importa, faltará poco, quizá media hora sólo bastará para cerciorarme de la vida atesorada aquí.
 Efectivamente; por más de media hora subo aguas arriba y todo el curso se presenta igual: pozones profundos, repletos de árboles caídos que me hacen soñar buenas truchas bajo ellos, leves corrientes que mecen campos de algas como si fueran nereidas hechizadas, grandes piedras con cuevas bajo ellas, todo me va empujando a subir y subir.



-Bambú - me dice mi otro yo- ¡basta! ya has visto lo que deseabas: vuelve que es largo el camino para tan débil caminante ¿Ves las brumas de la tarde?
               
Quiero engañarme a mí mismo:

-¡Va! son nieblas matinales...

Y subo aún más. En una tabla muy lenta aparece una visión mágica que me hace enloquecer: ¡qué par de truchas pacen misterio sobre los fondos luminosos! Desde ese mismo tramo aguas arriba  seguirán apareciendo numerosos peces que deambulan sin miedo confiados en tan magnífica soledad. Alguno casi volando como un pájaro se arranca a mi paso desde la somera orilla y su inesperado escape me sobresalta.

-Basta ya, Bambú, regresa; no has traído linterna y mira que se va la luz.

Pucha! pues es cierto. Miro el reloj de la cámara: ¡las cuatro de la tarde! Me agobio al constatar que tardé unas tres horas en llegar aquí, así que empiezo a trotar como si fuese mi amigo Tachu. Al poco me duele la espalda por el peso de la mochila. ¿Descansar? ¡Imposible! Debo seguir aunque sea más lento.

Anochece; asustado miro desde abajo la pared por la que bajé en la mañana tan alegremente: parece que sube hasta las nubes, o más allá ¡hasta el cielo! Vuelvo a correr porque si me llega la noche en esta selva cerrada no encontraré un camino viable de regreso.

Sage viene detrás con la legua fuera:¡está tan gordo...! No, no es eso, es que llevamos caminando mucho tiempo y él no sabe dosificar sus fuerzas.

De repente aparece en la lejanía, cerca del fiordo marino, una palpitante lucecita. Está cerca del río Queulat por el cual podría llegar a mi auto mejor. No lo dudo y allá que voy.

La luz se acerca; el día se va. Aumentan los tropezones; mi espalda me duele bastante pero si me detengo sería un grave error, así que me arrastro por el pedregoso cauce del Queulat con la mochila en la mano.

No sé si algún dios bueno se apiadó de nosotros, el caso es que en un punto de ese tramo aparece una antigua huella de leñadores que se me antoja una autopista. Ir por ella,  ya con tenue luz, me permite progresar veloz como un caballo al trote.
Sí, tengo suerte; en la destartalada tapera, bastante derruida, crepita un fuego acogedor.

-¡Alo, alo!- grito para llamar al poblador.

Y aparece, con un farol en la mano, otro viejo como yo:
-¡Pero de dónde sale Usted a estas horas!- me grita- ¡Ande! pase y caliéntese mientras le preparo un matecito.

En agradable conversación le cuento entusiasmado mi recorrido. Noto que no cree desde dónde llego, pero al ver las fotos se convence:

-Perdone, Caballero,- me dice respetuosamente- pero está Usted bastante rayadito...

Me cuenta su vida, su soledad en esa tapera cubierta de musgo por el paso de los tiempos, sus hijos que se fueron a la ciudad para no regresar nunca más, su compañera que buscó a otro... Sus arrugas son heridas de los siglos y en sus ojos veo la resignación que le permite continuar con alegría tan dura existencia en estos desolados bosques de la Trapananda.


Sale la Luna y su luz hace brillar los hielos azules del ventisquero Queulat; la magia del momento nos embarga a los dos: somos amigos, dos hombres hermanados en esta profunda inmensidad. Al despedirnos estrechamos con fuerza las manos mirándonos a los ojos fijamente como si expresáramos un discurso de alegre lealtad: ceremonia ritual de profundo calor humano que usan  estas buenas y duras gentes patagonas.

-Gracias por su mate, Estimado: volveré en primavera para saludarlo y subir al estero  sin nombre que me tiene enamorado.  Y le traeré harina, aceite, azúcar y buena hierba para corresponder a su hospitalidad.

-Pues acá me encontrará. ¿Sabe? Hizo muy bien en bajar hacia la luz de mi lumbre porque de haber seguido por donde bajó es seguro que ahorita andaría perdido por el monte como un bagüal. ¡Es muy feo camino!

Llego a la carretera por su sendero "particular” sin grandes esfuerzos: me he relajado con ese descanso y el mate me ha dado las energías que ya  me faltaban. Sage sigue tras de mí...

 Pensé que algún auto nos acercaría a la Marquesa: ¡Vana esperanza! por esa ruta no se arriesga a circular nadie en las noches invernales. Así que pian piano me voy acercando a mi coche.


Son unos seis kilómetros los que deberemos recorrer. Bajo la luz lunar el bosque aparece difuminado entre la bruma.

A las once de la noche ¡por fin! aparece majestuosa mi Delica. A Sage le falta poco para darla besos, a mi también.
Otras tres horas de carretera y llegamos al dulce hogar. Cuando me meto en la cama, después de  que ambos tomáramos  un bocado, cierro los ojos y paso revista al bosque, a sus gigantescos coigües, a las descomunales  hojas de las nalcas, a sus ríos cristalinos, al ventisquero refulgente bajo la Luna, a mi nuevo amigo el  Leñador. Lentamente me voy quedando dormido con una profunda sonrisa en los labios. ¡Volveré!

¿Y si muero antes? Pues poco importa: "la muerte es segura pero su hora incierta." ¿Qué logramos con temerla? En tanto me llega "el momento de mi desfallecer" beberé con locura hasta el último sorbo el don divino de la vida: soy prisionero de tanta belleza como reina en los mágicos bosques de mi Patria austral.