La clara luz del cielo satura los tonos del rojo bosque
otoñal.
Una hoja rubí cae a mis pies: su elocuente silencio trae a
mi mente la impermanencia del Universo. La tierra húmeda se ve cubierta de
otras hojas hermanas; algunas van al lago y la brisa las aleja hacia un destino
incierto, pero todas mueren donde les corresponde ¡como yo moriré!
El lago Verde, la Nunca Jamás, semeja un terso espejo. Sentado
a su lado me sumo en un pensar sin pensar, en una dulce meditación que no puedo
explicar pero que me hace feliz.
Una ceba me despierta y rinde
mi voluntad para actuar. Monto mi caña Sage SLT y ato en una punta del 3X una
Wolff Roja ignorando la abundancia de hormigas que ya están en el agua.
Espero unos minutos más; parece que temo profanar tan mágico
escenario. Los ríos son las arterias de la Tierra y los lagos su corazón: ¿tengo
derecho para alterar su paz? Viejo temor que cada día adquiere más y más importancia
en mi comportamiento. Trato de disculparme ante mi mismo:
- Mis anzuelos no
tienen barba, cuando no curva, y las truchas no poseen nervios en la boca.
Sabrá manejarlas mi vieja mano para evitar su estrés todo lo posible.
Sí, todo eso está muy bien pero…
Cerca vuelve una subida de un hermoso pez. Un sólo falso
lance y poso avanzado sobre su intuido recorrido circular. Pasan los minutos;
Ella se mueve muy lentamente cerca de la superficie tomando las hormigas y
otros insectos que encuentra en su recorrido. Mi mosca flota apaciblemente,
algo desviada de su camino presentido, pero evito hacer el menor movimiento por
temor de asustarla.
Avanza con la aleta dorsal por encima del agua como hacen
los tiburones en la búsqueda de presas; está a dos metros del engaño.
Pasa como detenido el tiempo; ahora se encuentra ya a menos
de un metro. Sin saber la causa que lo incita, el pez gira a la izquierda de su
trayectoria para encaminarse derecho a mi Wolff. Temo que los latidos de mi corazón
delaten mi presencia… ¡Incertidumbre!
Por la dirección elegida resulta evidente su decisión de tomar
mi mosca. Parsimoniosa como la gran señora que es, asoma sobre el nivel del
agua su cabeza, abre la boca y la Red Wollf desaparece en su blanca garganta.
Debí esperar uno o dos segundos para evitar clavar en falso dada su perezosa manera
de cebarse: ¡esa maravillosa lentitud me tiene hechizado!
¡Clavo! Un gran salto la descubre con nitidez a mis ojos: ¡qué hermosa es!
¡Clavo! Un gran salto la descubre con nitidez a mis ojos: ¡qué hermosa es!
Como una centella toma profundidad y se arranca hacia el
centro del lago; resulta imposible detener esa huida poderosa y debo dar línea con
la mano izquierda para evitar la rotura del bajo. Cuando finalmente se detiene
la manejo poco a poco con impulsos de la caña a izquierdas y derchas, pero muchas
veces debo aflojar la tensión porque, imparable, vuelve a buscar su salvación
en los misteriosos abismos del lago.
Pasan los minutos y la lucha sigue igual: saltos, arrancadas
y breves momentos de entrega. En una pausa, ya a mi lado, puedo verla claramente:
es un macho viejo, grueso, de hermosa librea irisada, y del entorno a las dos
cuartas.
Habrán tanscurrido unos veinte minutos de lucha cuando cede su
resistencia totalmente. La traigo a mis manos, saco el anzuelo sin levantarla
del agua y acaricio sus flancos para calmarla. Es una magnífica técnica que me
enseñó el Dios del Agua…
El pez respira más sereno a cada segundo y no intenta huir.
Calmado ya totalmente aprovecho para medirlo a palmos: dos y medio.
Abro mis manos a la vida pero él no se marcha: está
tranquilo y nada a mi alrededor: ¡cuánto desearía leer sus pensamientos! Ahí
quizá podría aprender la sabiduría que me falta.
Unos nuevos círculos cercanos despiertan mi codicia; seco apresurado
la mosca con los mágicos cristales de Salmo. Un lance atolondrado coloca la
Wolff a menos de medio metro de la nueva oportunidad. Se asusta y desaparece:
¡debería haber aprendido ya que en los lagos no hay que posar ni cerca y menos sobre
la trucha!
El típico consuelo de tontos:
-No importa, todo el
entorno está repleto de peces en actividad: ¡y son grandes!
El sol calienta mis piernas heladas: es mediodía. He logrado
sacar veintidós truchas en unas tres horas, de entre los cuarenta y cinco a los
setenta y cinco centímetros, una se soltó y dos rompieron: ¡para qué más!
Vuelvo a tomar la cámara con la idea de plasmar tanta
belleza en la que estoy sumido, ¡como si eso fuese posible…!
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Al salir del agua me quedo paralizado: en la orilla orlada
de árboles muertos aparecen unas ondas descomunales de una subida: “¡es Ella!”, me digo recordando la coloreada
aleta del tamaño de una mano que vi una mañana del año pasado. Está en la misma
zona somera del fondo del lago.No lo dudo: dejo la mochila con el equipo de fotografía
en la arena y trato de acercarme atropelladamente a esa Quimera.
Quiero no producir ondas en el agua pero estoy nervioso, aún
así avanzo con el sigilo de una sombra. Entre Ella y yo hay una islita de juncos
que puede ocultarme. Cerca ya del punto de la última cebada lanzo por encima de
los juncos: ¡grave error!
Flota serena la Red Wolff, muy alta sobre el agua: siempre me da seguridad esa postura.
No se repiten nuevas subidas: temo haberla alertado.
Decepcionado me dispongo a sacar mi mosco del agua cuando veo una cebada más
humilde a poca distancia: ¿será Ella?
Pasan los segundos y no hay otras nuevas del monstruo: pienso
que es demasiado sabio para caer en manos tan torpes.
Renunciaba ya cuando otra poderosa subida me detiene: esta
vez no hay duda, ¡es Ella! Tan fuertes marcas circulares no puden ser de otros
peces menos importantes.
¡Ni mi artificial ni yo respiramos! Vuelven renovadas las
esperanzas:
¿Seré capaz de pescar
semejante pez…?- me pregunto.
Fueron interminables los “siglos” que transcurrieron hasta
que vi una masa enorme cerca de mi mosca. ¡Qué jornada estaba viviendo en mi
lago Verde! Tanta belleza, tantos truchones en mis manos no podían ser más que
un regalo de algún Ser celestial que se apiada de mi, ¿o estaba soñando? Bueno,
vivir un sueño es también maravilloso.
Se agota el razonable tiempo de espera y, justo entonces, una
cabeza gigantesca emerge junto a mi mosca: uno, dos segundos y ¡clavo! Aquél
agua, hasta ese instante serena, se convierte en un mar enfurecido: carreras
imparables buscando la salvación en las arcanas profundidades, saltos que
acarician el cielo como una plegaria, fuerza propia de un toro… Ella muestra en
cada movimiento su poder y sabiduría, yo mi eterna ignorancia: la línea acaba
enredada en los juncos y sobreviene la rotura tal como lo había presentido. Sí,
no hay duda: soy un necio.
A unos cinco metros, como queriendo decirme que no soy digno
de merecerla Ella, apoyada por la cola en el agua, da el salto de la despedida mostrando en sus
labios los restos del aparejo y la que fue la última Red Wolff que tenía en las
cajas: ¡todas acabaron destrozadas con semejante jornada!
Las ondas de la lucha se van diluyendo en la Nada. Llega el
silencio: la Nunca Jamás recobra lentamente su placidez y una hoja rubí cae como
un símbolo sobre las aguas: siento el no Ser en mi cuerpo. ¡Todo es vacío!
Debo abandonar la
pesca: por hoy es más que suficiente. Un cierto sentimiento de pena trata de
amargarme: no lo consigue ¡soy un viejo afortunado!
Sumido en aquella profunda soledad, camino por el bosque
encendido de gigantescos coigües y señoriales lengas; a mi paso una alfombra de
hojas, que aparentan estar muertas, entonan para mí una vieja melodía:
-Pasaré sí, queridas
hojas, pero el lago, sus truchas y vosotras, hijas del bosque, guardaréis una
leyenda que un soberbio pez, con un viejo loco, escribieron juntos un hermoso día
del tardío otoño austral.
Se hace noche. Brilla la Cruz del Sur en el firmamento azul
turquesa: la Estrella lejana y chiquita me hace guiños y susurra a mis oídos:
-Volveremos a estar
juntos el lago, las truchas, tu y Yo ¡Nos llegará una nueva primavera!